Esta semana el PAN cumplió 85 años. Su fecha coincidió con la del último grito de López Obrador. No sabemos mucho del festejo panista. Sabemos que está arrinconado, decrépito, cansado y deprimido. Ha tenido que asistir al sepelio de sus últimos compañeros de aventuras. Se ha quedado solo y desprestigiado.Lejos de estar orgulloso por lo logrado en más de ocho décadas, el PAN se esconde para celebrar entre unos cuantos un aniversario más. Su lucha parece enfocada a la sobrevivencia para evitar entrar al panteón, que le queda a dos calles. Tiene sentido la pena que carga: en los últimos años ha sido una gran desilusión para quienes están en ese partido, pero también para quienes no y saben del valor de Acción Nacional en la historia democrática del país.Mucho aportó el PAN a la democratización de México, a la cultura de la discusión pública, al debate parlamentario, al enriquecimiento de la vida política. Si ahora se ve en ruinas es porque también tuvo su época de esplendor. De ahí salieron grandes polemistas que llevaron luces al parlamento mexicano. La existencia de una oposición de derecha inteligente, autónoma y talentosa obligó tanto al partido oficial como a los opositores de izquierda a tener y preparar cuadros para el debate público.No hay que olvidar que la transición llegó de la mano del PAN. Casualmente desde ese entonces viene su caída. Pero los logros ahí están, solamente el actual panismo los ha negado, los ha escondido y hasta borrado de su memoria. Es parte del problema blanquiazul: no reconocerse a sí mismo. Le ganaron las prisas por el poder, por los cargos, la política ratonera, la imitación del PRI, de sus mañas, el gusto por el oropel y por el dinero. El resultado es que su cumpleaños fue en un rincón. Claro, no había mucho que festejar cuando recién su líder apareció en la tribuna senatorial para pronunciar un discurso penosísimo de reclamo a una traición. Unas palabras frívolas y de congoja que dejaron pasmada a la audiencia, pues revelaban el bajísimo nivel político del presidente de Acción Nacional. La última aportación del PAN a la política nacional fue la de un apellido infame a un acuerdo vergonzoso para todas las partes. El apellido Yunes es un agujero en el PAN, una mancha indeleble en el lópezobradorismo y un hedor en el incipiente claudismo.Seis años de López Obrador han terminado por tumbar en la silla de ruedas a un octogenario que no atinó a defenderse en ningún momento. López Obrador encuadró perfecto la debacle política y moral del panismo en su sociedad con los priistas. De ahí ya nunca salieron. López Obrador le quitó el antipri, le arrebató el discurso de la decencia y la moral pública y lo condenó a ser enemigo del pueblo. Mientras a los panistas no les quedó más que pelearse por lo que se rescatara del naufragio, los restos que quedaban y que se repartieron entre la mezquindad anayista y el cinismo markista.Los panistas escogerán a su nuevo líder en los primeros días de noviembre. Hay, por supuesto, un representante de los grupos inamovibles que han hecho del partido una agencia de colocaciones, un banco y un lupanar donde instalar a los suyos. También habrá una mujer que se apresta a sostener una candidatura testimonial como cruel paradoja de lo que hará el PAN en esta legislatura.Acción Nacional debe entrar en un proceso serio de reflexión. Pero más allá de que reformen sus documentos básicos y de la elección de nuevo líder hay varias preguntas prácticas que responder. Una de ellas: ¿qué hace el PAN con sus liderazgos? Esta pregunta es pertinente. Los dos militantes del PAN que han ganado la presidencia del país están fuera del partido. No solamente eso. El partido los tiene fuera de su memoria, no los nombran, no aparecen en sus spots de historia, en su memoria gráfica. Pero esos son dos. El PAN ha tenido casi 50 gobernadores de 1989 a la fecha. ¿En dónde están? ¿Por qué se pierden al terminar su Gobierno? Del medio centenar que han sido gobernadores nada más uno ―Fox― ha sido candidato a la presidencia. Todo parece indicar que el partido devora sus propios éxitos: los tritura.Acción Nacional no tiene un futuro claro, pero ya sabe qué lo pierde y por qué. No se trata tan solo de una oferta electoral o de competir con los programas de gobierno. Se requiere una definición de las causas que quiere defender. Es momento de que el PAN asuma lo que es: el partido de derecha en México y que lo represente a cabalidad. Defiende la libre empresa, pero no se alquila para empresarios, defiende la libertad, pero sabe poner límites, defiende el mercado, pero sabe de la relevancia de generar igualdad de oportunidades. Debe hacerlo con sus propias ideas, sus militantes y sus propios candidatos. De otro modo, les van a seguir imponiendo desde afuera los candidatos y hasta las ideas.@juanizavalaApúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.
El PAN: 85 años con seis de López Obrador | Opinión
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