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Hay conversaciones inagotables. En los últimos años, el eje político se ha desplazado y las llamadas guerras culturales no encajan tanto en derecha e izquierda como en el enfrentamiento entre Voltaire y Rousseau. A un lado, la mirada hacia el futuro, la idea de progreso y civilización, algo que se logra tanto con el conocimiento como con el comercio. El pasado es un lugar oscuro y la edad de oro es el presente, donde hay que disfrutar de todos los placeres posibles. Al otro, la idea de que cualquier goce debilita física y moralmente. Por eso, hay que buscar la virtud en los modelos en el pasado, en las comunidades apegadas a la tierra, con tradiciones restrictivas, ética militarista y duras obligaciones. La musicóloga Alexandra Wilson recoge cómo la carrera del compositor italiano Giacomo Puccini sufrió ese enfrentamiento. El libro realiza una exhaustiva revisión de la recepción crítica de sus obras para dibujar el contorno de un problema que resuena en nuestros días: qué es una cultura nacional y cómo se construye. Aún más, qué sucede cuando una sociedad decide replegarse y mirar al pasado.Cio-Cio San, la protagonista de ‘Madama Butterfly’ en un detalle de un cartel de la ópera de Giacomo Puccini.

Cho Cho-San the protagonist of “Madama Butterfly”, detail from the cover of the opera score by Giacomo Puccini (December 22, 1858 – November 29, 1924). Editions Ricordi & C., Italy, Milan 1907. (Photo by Fototeca Gilardi / Getty ImagesFototeca Gilardi / Getty ImagesA pesar de su extraordinaria popularidad, el mundano Puccini recibió palos como panes. Hay un cierto placer en leer esas críticas donde se dice que La bohème o Tosca representan la decadencia de la ópera y serán olvidadas con facilidad. Pero la investigación de Wilson va más allá al situar las críticas dentro de la crisis de confianza que recorría Europa pese a la prosperidad económica. Mientras millones de personas disfrutaban del turismo, los grandes almacenes o las óperas de Puccini, un grupo de intelectuales difundía la idea de decadencia y la relacionaba con esa idea del disfrute masivo. Es un discurso que nos suena. Puccini había sido encumbrado como el sucesor de Verdi, pero sus óperas no trataban grandes temas. No había heroísmo ni épica ni movían al patriotismo. Eran historias humanas con personajes femeninos importantes. Se le acusó de sencillez, superficialidad y vacuidad, y sufrió la comparación con el viril Wagner. Puccini lo conocía, lo estudiaba y lo asimilaba, pero de forma discreta. Estaba atento a toda la música que se hacía para incorporarla a su estilo, que quizá no era el que esperaban de él.El libro explica cómo Puccini fue atacado sin piedad por ese movimiento protofascista de estetas que elogiaban la guerra como la higiene de las masas y defendían tanto la misoginia como la xenofobia o el antisemitismo. Un compositor que situaba sus obras en París, Japón o el Oeste, que prestaba tanta atención a la mujer, que estaba abierto a todas las influencias y que tenía éxito en todo el mundo no podía encajar en su concepto de italianidad. Es un problema que existe hoy: ¿cómo encaja Rosalía en la idea de música española o catalana? Pese a la exhaustividad de la documentación, el libro está mucho más cerca del ensayo literario que de la prosa académica. Se disfruta. Culmina con otro problema: cómo, tras los ataques, el personaje público fue cooptado por el fascismo en sus últimos años y, sobre todo, después de muerto. El libro acaba con la necesidad de reevaluar tanto la obra como la figura histórica de Puccini, ya que el problema es que los juicios estéticos se basan aún en enfoques críticos cuestionables basados en prejuicios, como la superficialidad.Alexandra WilsonTraducción de Juan LucasAcantilado, 2024416 páginas. 26 euros

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