Son tiempos oscuros para aquellos que deciden dejar su casa y convertirse en un número más dentro del fenómeno migratorio. La victoria de Donald Trump y su turbulenta relación con México, al que le gusta usar de muro para frenar el flujo de personas hacia Estados Unidos, ponen en vilo a cientos de miles de migrantes que se aferran a un peligroso camino hacia el norte con la esperanza de que traiga algo mejor. A la fuerza o por elección, abandonar la vida que se tenía —con todo lo que significa— marca para siempre a una persona. Seis escritores que visitan la Feria Internacional del Libro de Guadalajara hablan de esos surcos que ha dejado la migración, cómo ha determinado su obra, y sobre la necesidad de contar las implicaciones de no siempre pertenecer al sitio donde se vive.A Sergio Ramírez la vida le ha empujado a migrar forzadamente dos veces. La primera, cuando se exilió a causa de Anastasio Somoza, el dictador que gobernó Nicaragua entre 1974 y 1979. La segunda es el exilio de Daniel Ortega, otrora compañero de filas que derivó en dictador. “Lo primero que me salta a la vista es la duda de si un día regresaré o no, si mi vida me dará para regresar a Nicaragua y no deja de ser una pregunta dramática que condiciona mucho de lo que uno piensa del destierro”, dice. “Cuando viví en Alemania en 1973, veía el alejamiento de Nicaragua como una especie de bendición que me permitió observar de lejos al país exacerbando la nostalgia. Ahora lo veo con más perturbación. Porque este elemento de la posibilidad del no regreso es perturbador”.Para escribir, Ramírez dice que se necesita poco más que imaginación y memoria. “Desde la perspectiva lejana en la que uno se sitúa frente a su país, la memoria y la imaginación cambian de naturaleza, se vuelven más imprescindibles todavía porque el exilio y la imposibilidad de regresar a su país hace que la memoria se vuelva una memoria del pasado, ya no se está construyendo presente con la memoria”, señala, “y eso tiene que ver también con el lenguaje, si uno deja atrás un lenguaje que esté escuchando todos los días, el propio lenguaje envejece”. Se niega a impregnar a sus personajes de un español peninsular, no sería él si lo hiciera. “Hay que hacer un esfuerzo muy grande de memoria para tener el lenguaje [propio] presente y no perderlo”.Lucía Lijtmaer se dio cuenta hace poco que toda su obra estaba marcada por su experiencia migratoria. La escritora nació en Buenos Aires, pero sus padres se exiliaron de la dictadura en España y se la llevaron a Barcelona cuando apenas tenía seis meses de edad. Cuando habla, hay poco en su tonada de la identidad argentina, pero en su escritura allí está. La expresión más clara es su último libro, Casi nada que ponerte (Anagrama), una obra que intenta dilucidar cómo se construye una identidad con fragmentos de dos culturas diferentes. La portada es una fotografía de ella cuando era pequeña, vistiendo un poncho. Una imagen que retrata esa infancia migratoria, una mini Lucía en un colegio de Barcelona con un abrigo típico de Sudamérica, rodeada de compañeritos vistiendo anoraks de nylon y brillantes.“Me he dado cuenta hace poco que en mi trabajo siempre hay un protagonista que está descolocado, o sea, que hay algo deslocalizado”, comenta. “Cauterio es un libro donde hay dos mujeres que están fuera de su lugar de origen. Y que en esa deslocalización tienen un extrañamiento que tienen que resolver. Ofendiditos es un libro que intenta resolver las diferencias entre el lenguaje, entre lo que se puede decir y lo que no se puede decir, algo que también yo creo que tiene que ver con mi historia propia”. De manera —un poco— inconsciente, Lijtmaer ha sembrado en todos sus personajes una pregunta: cuál es su lugar en el mundo.María Fernández, Aroa Moreno Durán, Fernando Aramburu, Emiliano Monge y Sergio del Molino durante una charla en la FIL Guadalajara, el 2 de diciembre.Gladys SerranoLa costarricense Catalina Murillo tardó cinco años, desde que dejó su país para estudiar en Madrid, en darse cuenta que con ese movimiento había infligido “una cuchillada” a su vida, “una herida que no sanaría nunca, la pregunta por el aquí y por el allá estaría abierta por siempre”. Se pregunta mucho a sí misma a quién le escribe y ha intentado encontrar un punto intermedio en el lenguaje, que sea el suyo de Costa Rica pero que pueda entenderse en España. “Mi próximo libro va a ser un gran puente entre ambos países que llevo 30 años intentando construir”.Aroa Moreno Durán no se atreve a llamar experiencia migratoria a lo suyo, aunque vivió en Alemania, Irlanda y México. Ha pensando mucho en el impacto que tiene la migración en su trabajo, como periodista y como escritora. Sus novelas, La hija del comunista y La bajamar, abordan el exilio español después de la Guerra Civil. “Me ha hecho pensar qué pasa con la identidad de los emigrados, dónde reside el arraigo una vez que son despojados de su lugar, se tala esa raíz y no pueden regresar a su tierra”, apunta. “Qué pasa con la segunda generación del exilio, con la gente que nace en otro país, que siguen siendo de otro lugar pero crecen ahí. Creo que se crean identidades poliédricas distintas y es un fenómeno”.La escritora Melanie Pérez Ortiz comenta que los puertorriqueños viven en vaivén, entre Estados Unidos y Puerto Rico. Ese movimiento ha marcado también su obra. Su novela Con llanto de cocodrilo, que aún no sale a la venta, reflexiona sobre la política de las fronteras, a través de unos cocodrilos cubanos que están invadiendo la isla de Puerto Rico y una protagonista que busca la convivencia entre unos y otros. “Un amigo que la leyó cuando recién la había hecho me sugirió que la titulara Pangea, que es un asunto sobre el que reflexiona la personaje principal. También sobre la noción de que las fronteras son políticas, visto que el mundo animal ni las conoce ni las respeta”.El mexicano Juan Pablo Villalobos dice que tiene una historia privilegiada, porque migró por motivos académicos en 2003, cuando se fue a España a hacer un doctorado. Sus primeros libros eran más mexicanos, con personajes y lenguaje de su país. Los últimos tienen a Barcelona como escenario, y la migración o los discursos de xenofobia son temas que atraviesan la obra. Antes, comenta, “predominaba un discurso más buenista que venía de la socialdemocracia, que tenía que ver con la idea de ‘necesitamos a la inmigración’ y estaba toda esta cosa de la integración”. Ahí hubo una trampa, porque lo de la integración supone borrarte, adoptar las costumbres locales y dejar las tuyas. Hubo una simulación crítica de parte de quienes llegamos en esas épocas por querer ser parte, asumimos ese discurso sin darnos cuenta que no se trataba de integrarse”.
FIL Guadalajara: La migración surca (también) la escritura
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