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¿Qué hacer cuando muchas de las ideas que hemos dado por garantizadas se deterioran ante nuestros ojos y son objeto de múltiples ataques desde diferentes lados? Hasta los ciudadanos más despistados perciben, por lo menos en la Unión Europea, incluida España, que se están moviendo conceptos tan aparentemente sólidos como el prestigio de la democracia, el respeto al derecho internacional y el Estado de derecho. Michael Meyer-Resende, director de la ONG alemana Democracy Reporting International, cree que hay varias escuelas de “pensamiento”. La primera hace un llamamiento a la resistencia. Todo lo que va mal está relacionado: Trump, Putin, Irán, China, Oriente Próximo, y, por eso, frente a todo se debe mantener la misma mirada.Otra escuela propone menos seguridad moral y más autocrítica. ¿Qué es lo que no funciona? ¿Qué estamos haciendo mal? El centroizquierda se ve a sí mismo como el único auténticamente democrático, es decir, marca unas fronteras para la democracia muy estrechas y convenientes y ha perdido el contacto con la clase trabajadora. El centroderecha, “impresionado por los resultados de la extrema derecha”, está dispuesto a cerrar los ojos a claras violaciones de los usos y normas democráticas.Más informaciónMeyer-Resende no ofrece muchas salidas. Simplemente insiste en dos obligaciones: no normalizar la violación de las normas y “no olvidar que si nuestro campo es prodemocracia, debe incluir mucha opiniones distintas”.Son dos ideas básicas que pueden promover un debate enriquecedor y ayudar a muchos ciudadanos a analizar los acontecimientos que se le van viniendo encima con un mínimo de rigor. Daniel Ziblatt y Steven Levitsky, autores del famoso ensayo Cómo mueren las democracias, lo ha señalado también: el mayor peligro es la erosión de las normas democráticas con el ataque a instituciones que las defienden. Normalizar la falta de independencia de sectores del poder judicial o propiciar la confusión entre medios de comunicación profesionales, que ajustan su trabajo a unas reglas conocidas, y redes y plataformas que se limitan a “mover” contenidos, son riesgos que deben ser combatidos, porque tanto el poder judicial independiente como los medios de comunicación profesionalizados sirven como “barandillas que impiden que las sociedades democráticas caigan por el precipicio hacia el autoritarismo”.En tiempos de peligro, los foros que promueven la conversación, el intercambio de ideas, son también fundamentales, barandillas que ayudan a mantener un cierto equilibrio. En un mundo en el que las plataformas han logrado algo tan extraño y novedoso como que no exista debate entre verdad y mentira, sino que sean realidades paralelas, “hechos alternativos” que se pretenden del mismo valor, es importante facilitar lugares donde se incluyan opiniones diversas, pero no se discutan los datos comprobados. Importante que los ciudadanos accedan a un pluralismo de ideas, pero donde no se permitan confundir las dos cosas. En el que no se normalice la violación de las normas democráticas como si fueran hechos alternativos, lógicos, naturales y razonables. Lugares donde lectores abrumados por lo que pasa a su alrededor no terminen por pensar que no puede ser verdad lo que están viendo y duden de la realidad. Lugares donde se los ayude a comprender que no es normal lo que están viviendo. Victor Klemperer, un profesor judío de aguda mirada, se dedicó a observar y a anotar en varios tomos de un diario todo el proceso de deshumanización que le rodeó en la Alemania de la II Guerra Mundial. Klemperer no podía creerse lo que estaba viendo y se preguntaba si debía dudar de su raciocinio, en lugar de cuestionar la realidad. Pero es la realidad la que empieza a superar lo imaginable y son los foros de debate, los lugares donde circulan las ideas, donde encontrar los instrumentos para poder censurar esa realidad, sacudirse toda la presión para normalizar lo que no es, ni debe ser nunca, propio de una democracia.Como saben todos los directores de periódicos y responsables de suplementos literarios o de pensamiento (de ideas), editar es elegir. No se trata de salvar a nadie ni a nada, sino de elegir aquello que mejor permitirá a los lectores interpretar lo que sucede a su alrededor, en medio del desorden y la superabundancia informativa, y hacerlo dejando claro la única base sólida sobre la que se realiza esa elección: no olvidar que la pluralidad de ideas es la esencia de la democracia y que esa pluralidad no implica normalizar la violación de usos democráticos.

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