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“Este acuerdo no es solo una oportunidad económica, es una necesidad política”. En una sola frase sin más detalles, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dejó caer este viernes el motivo por el que Bruselas ha forzado la firma del Acuerdo entre la UE y Mercosur, pese a la gran resistencia francesa, y también las grandes diferencias que median entre aquel primer intento de cerrar el pacto, en 2019, y este de 2024. Son unas diferencias que no hay que buscar en los matices introducidos en el texto en esta edición. Están fuera de él: tres guerras abiertas en la vecindad europea (en la última semana se ha sumado el conflicto civil sirio), un vínculo mucho más estrecho entre Rusia y China, un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca con todavía menos complejos, barreras comerciales que se levantan por doquier y dos bloques económicos (el europeo y el latinoamericano) abocados a una especie de diván de psicoanálisis político por sus propios problemas internos.Para una Europa que en el transcurso de este lustro ha acabado obsesionándose a golpes y por necesidad con la seguridad geopolítica y económica, el acuerdo con Mercosur tiene una dimensión que va más allá de lo meramente comercial. Es cierto que Alemania mira, sobre todo, a los cuatro países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) como un gran mercado de 273 millones de personas al que redirigir su potencial exportador, ahora que China se le resiste. Pero también es verdad que la mayoría de Estados miembros de la UE tiene esperanzas poder importar materias primas críticas para la transición energética, diversificando así la procedencia y reduciendo la dependencia de China y Rusia. Y el gigante carioca, por ejemplo, es un gran productor de algunas de las más solicitadas, como cobre, manganeso, silicio, titanio, níquel o tungsteno, explica un artículo del economista Óscar Guinea para el Centro Europeo de Política Económica Internacional (ECIPE, por sus siglas en inglés).Desde el bloque sudamericano, lo que se espera, son inversiones, apunta el mismo Guinea. “El acuerdo da seguridad jurídica y esas inversiones pueden ayudar a modernizar la economía y entrar en la cadena de valor internacional”, subraya. Esto ya lo dejaron muy claro los mandatarios latinoamericanos en la cumbre UE-CELAC que se celebró el verano de 2023 en Bruselas. “No queremos ser solo una mina”, vinieron a decir, exigiendo que se dejara de lado la visión colonial y meramente extractiva.Fue en esa cumbre en la que el principal país de Mercosur, Brasil, palpó que la UE tenía mucho interés en la zona. Y tenía claro el motivo: “Pocas veces he visto tanto interés económico y político de la UE hacia América Latina. Posiblemente por la disputa entre Estados Unidos y China, posiblemente por las inversiones de China en África y América Latina”, declaró al acabar Lula da Silva, presidente brasileño. Por eso, el acuerdo, que ha llevado 25 años de negociaciones, no decayó tras el intento fallido de cierre en 2019. Y pese a eso parece haber tomado por sorpresa a algunos. El eurodiputado francés Pascal Canfin, muy afín al presidente Emmanuel Macron —quien ya ha señalado que considera “intolerable” el texto negociado— critica la “total opacidad del método usado por Von der Leyen”.Peter Chase, exdiplomático estadounidense y especialista en política comercial transatlántica del instituto de estudios German Marshall Fund, rechaza esta percepción. Él lleva una década siguiendo de cerca las idas y venidas de estas negociaciones y subraya que la cita en Montevideo llevaba “largo tiempo” fijada en el calendario. “Lo que no estaba en el calendario era el hecho de que el Gobierno francés fuera a perder una moción de censura”, señala respecto a las acusaciones no tan veladas de París de que la alemana habría aprovechado el momento de debilidad de Macron para cerrar un pacto que levanta mucha oposición en Francia.Para Chase, la Comisión “sentía que tenía un acuerdo bien negociado, que protege a los agricultores muy bien y que han logrado negociar temas de sostenibilidad, así que era algo que había que cerrar”. También el economista Guinea, de ECIPE, defiende que el sector agrícola no saldrá malparado: “No son vacas por coches. Europa exporta muchos lácteos, quesos, vinos. Y la cultura alimenticia de Mercosur es parecida, por lo que estos productos serán más fáciles de vender”.Un elemento que sí ha podido pesar en el calendario del acuerdo, concede Chase, ha sido la victoria de Trump en las presidenciales de Estados Unidos, aunque recuerda que las negociaciones ya habían entrado en un estadio final mucho antes. “Si se ha firmado ahora no es solo porque Trump ha sido elegido (…) aunque su victoria hace aún más importante no dejar pasar más tiempo” para cerrar el acuerdo, explica. “La UE se siente que ya está en medio de una guerra comercial, si se puede decir así, entre Estados Unidos y China, y reforzar sus relaciones con potencias medianas como Argentina o Brasil es fundamental”, señala.Pese a todo, el pacto va a ser difícil de vender a varias capitales y grupos de interés, sobre todo el agrícola, aunque no sea un bloque unívoco. Las grandes organizaciones agrícolas, nacionales y europeas ya han dejado saber su profundo desacuerdo con el pacto. Y tampoco Mercosur es un grupo homogéneo y eso se vio en la Cumbre de presidentes que hubo tras presentar el pacto. El presidente argentino, Javier Milei, ha subrayado que el bloque aduanero es “un escollo” y disparó contra la misma razón de ser de Mercosur: el arancel externo común, una barrera con la que los socios se protegen de la llegada de productos extrabloque, y el compromiso de que no se podrán negociar acuerdos bilaterales sin la autorización del resto. Por su parte, Lula, visiblemente molesto, respondió con un llamado a forjar “un Mercosur fuerte y unido” alrededor de los que considera que son los “grandes temas de la agenda global”: igualdad de género, justicia social y lucha contra el racismo.

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